Hace unos días, una pequeña situación en casa,
despertó una gran reflexión espiritual en mi interior...
¡Mira bien!
¿Dónde se supone que dejaron mi corbata? - grité desde mi pieza, esperando que alguien me gritara desde otra que la tenía o había visto.
Mamá llegó pronto a la pieza y junto con pedirme que bajara la voz, me preguntó si ya había buscado en todas partes.
Un tanto alterado le respondí que sí y le aseguré que ya no me quedaba rincón donde buscar.
Ella, de pronto comenzó a reír.
¿Qué te pasa? ¿Por qué no me ayudas en vez de estar ahí riéndote? - le dije con un tono un tanto molesto.
"Desde aquí la veo..." - me respondió, mientras la tomaba y dejaba en mis manos.
¡Que tonto fui! (pensé). ¡Pase unas diez mil veces por ahí y no la vi! ¡Estuvo al lado mío en todos esos minutos perdidos! ¡Llegaría atrasado a la Universidad "por las puras"!.
Mamá se disponía a salir de la pieza y antes de cerrar la puerta, lanza un burlesco comentario: "Para la próxima, mira... pero mira bien".
Esto nos pasa todo el tiempo, o cada cierto tiempo. Y creo que no soy el único que se ha sentido torpe después de una experiencia como esa...
Pues bien, en la vida espiritual pasa igual (reflexioné después de lo acontecido). Creemos entender todas las cosas que suceden en nuestra vida... pero generalmente, estamos apenas malinterpretando lo que vemos. Y si sólo miramos con los ojos físicos, sin una mirada profunda y reflexiva, mucho peor.
Hay un punto en la vida, en el cual nos llenamos de impaciencia. Queremos entender todo... nos cansamos de "dar palos ciegos por la vida".
Pues bien, ese es mi humilde consejo, el mismo que dijo mi buena madre: "Para la próxima, mira... pero mira bien".
¡Que sólo tengas buenas noticias en este día!
Con enorme afecto,
Léonard M.
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